Fratría

Esta palabra viene a colación por una noticia preocupante: en Granada, seis policías locales revelaron y accedieron a los datos de una mujer víctima de maltrato por parte de otro compañero, con el objetivo, al parecer, de perjudicarla, no de protegerla ni acompañarla. En el siguiente enlace puedes ver la noticia:

https://www.elmundo.es/andalucia/2025/05/20/682b781e21efa0a0398b45a3.html

Este tipo de hechos se repite una y otra vez: una mayoría de varones que, por acción u omisión, protegen comportamientos y actitudes machistas, incluso violentas. Esta fratría es un elemento imprescindible para la continuidad del patriarcado. Este pacto entre “caballeros” conlleva mantener la opresión sobre las mujeres. Porque, como dice el dicho, “quien calla, otorga”. Y esto sucede de forma transversal, independientemente de la clase social, el nivel educativo, el origen, la orientación política, etc.

Existen muchos mecanismos que perpetúan la violencia machista y la discriminación hacia la mitad de la población —las mujeres—, pero, sin duda, uno de los más potentes es ese pacto tácito entre varones, ese club de protección que les lleva a no sancionar las conductas de sus amistades o familiares, a justificar la violencia, minimizar el maltrato, el insulto, el trato cosificador hacia las mujeres y un largo etcétera. Ese contrato social puede explicarse, en parte, por nuestro término de hoy: la fratría.

Porque entre ellos se creen. No cuestionan las afirmaciones del otro, porque si alguno lo hiciera, su masculinidad quedaría en entredicho. Es el “hermano, yo sí te creo”.

Ahí tenemos a los futbolistas con Rubiales o a los políticos de izquierda con Errejón, por ejemplo.

Volvemos, una vez más, a Celia Amorós, nuestra filósofa de referencia, para buscar una definición:

“La fratría se constituye como un grupo juramentado, formado bajo la presión de una amenaza exterior de disolución, donde el propio grupo se percibe como condición del mantenimiento de la identidad, intereses y objetivos de sus miembros.”
Y no olvidemos los privilegios.

El feminismo, amigas, la sororidad, es esa amenaza exterior… o así lo perciben todavía muchos señoros (bueno, sí, no son algunos, son muchos).

Ojo: el feminismo no ataca a los hombres, sino al machismo. Y quien se pica, ajos come.

Esta fratría no solo se demuestra en la acción, sino que, fundamentalmente, lo hace en la omisión: en ese no hacer nada ante la desigualdad, la discriminación y la violencia que sufren las mujeres y también las personas que, a sus ojos, se les asemejan: el colectivo LGTBI+.

Romper la fratría implica que los varones dejen de ser cómplices de quienes reproducen comportamientos machistas, supone por ejemplo que abandonen los grupos de WhatsApp donde se cosifica a las mujeres, que reprendan a los familiares que, en las reuniones, se dejan atender por sus parejas, madres o hermanas sin pegar ni palo; supone recriminar en público los chistes o comentarios sexistas, supone asumir las tareas de cuidado —no de forma esporádica— y animan a otros a hacerlo sin miedo “al que dirán”. Son quienes han desterrado la homofobia, el uso de “marica” como insulto o romper relaciones y censurar a quienes alardean del maltrato emocional hacia sus relaciones fugaces en una web de citas. Romper la fratría implica tener empatía, pero claro, para que ésta exista tengo que considerar a las mujeres sujetos de pleno derecho y no objetos.

Muchas veces se nos achaca a las feministas haber dejado atrás a los hombres en la lucha por la emancipación… cuando, en realidad, muchos de ellos —la gran mayoría— ya nos dejaron solas hace tiempo.

Pobres, es que fuera de la fratría hace mucho frío. Lo saben bien los niños que siguen jugando con las niñas en el recreo.

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