Sororidad

Solidaridad, hermanamiento, complicidad o alianza entre mujeres. Que, ¡ojo!, no significa que tengamos que ser todas tan amiguis, sino que estamos atravesadas por opresiones que nos unen por el hecho de ser mujeres, aunque cada una tenga su interseccionalidad, y que la lucha contra el patriarcado debemos hacerla unidas.

Es una palabra que a veces se nos antoja arrojadiza, como un nivel que conseguir, algo competitivo en vez de un camino que transitar. Y es que en ocasiones algunos conceptos feministas mueren de éxito, sí ya sabéis, se convierten en la camiseta del Che Guevara de las conversaciones. Mucho ruido y pocas nueces.

Vamos a desmenuzarlo un poquejo: La sororidad forma parte del proceso de empoderamiento. Sí, amigas, no se está empoderada, siempre se está en proceso de. Porque ponerse las gafas violeta y posicionarse como grupo oprimido, preguntarse por las cosas, nunca ha sido fácil y en este proceso nos necesitamos las unas a las otras. Porque sola quizá no puedo, con compañeras, seguro que sí. Y en un pueblo ni te cuento lo que necesitas a las compañeras.

Hagamos un poco de historia. Este concepto llegó a la RAE en 2018, pero tiene una larga trayectoria.

El término sororidad en castellano no lo habíamos oído hasta que Marcela Lagarde, antropóloga mexicana, empezó a divulgarlo. Tenísmos como antecedente el “sisterhood”, de los años 70 del siglo pasado utilizado por Kate Millet, la autora de Política Sexual.

Lagarde explica que no se trata simplemente de amistad o de que las mujeres nos tengamos que caer bien entre nosostras, sino de que habla de un pacto político consciente, es decir que lo hago dándome cuenta de que lo hago y por qué, entre mujeres que, reconociendo sus diferencias individuales, deciden unirse para enfrentar la opresión patriarcal.

La sororidad implica:

  • Un compromiso ético entre mujeres para eliminar todas las formas de opresión. Yo no voy a oprimirte ni a ti ni a nadie.
  • En, vamos a construir relaciones positivas entre mujeres, adiós al “ellas son peores” tan publicitado por el patriarcado. Y es que compañeras, cuando tienes que pedir un favor, ¿a quién se lo pides? Pues a tu amiga, hermana madre, sobrina, vecina, etc
  • Reconocer que el saber de las mujeres es válido, nuestras experiencias, emociones. Que nos damos valor entre nosotras, que nos escuchamos, aplaudimos, valoramos, acompañamos y agradecemos a otras.
  • Y, sobre todo , que si no se practica es una palabra vacía y para ello transformamos las relaciones que tenemos con otras mujeres y cuestionamos el poder patriarcal.

Y este proceso es largo, amigas e ingrato si se hace en solitario. Y en los pueblos lo sabemos muy bien.

Pero antes que Lagarde, y como siempre, hubo otras: Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” (1949), analizaba cómo las mujeres han sido históricamente aisladas entre sí, dificultando la creación de una conciencia colectiva femenina, de un “nosotras” que todavía a muchas se les resiste.

Virginia Woolf, precursora de muchas ideas feministas, ya en “Un cuarto propio” (1929) reflexionaba sobre la necesidad de que las mujeres se apoyaran mutuamente para poder desarrollar su creatividad y autonomía en un mundo dominado por hombres.

También bell hooks (1952-2021), que planteaba la sororidad como una práctica política que requiere confrontar activamente las diferencias de privilegio entre mujeres. O Audre Lorde (1934-1992), que enfatizaba la importancia de reconocer las diferencias entre mujeres como fuente de fortaleza y no de división.

Amigas, un concepto éste el de sororidad, unido a la práctica, bonito donde los haya.

Los comentarios están cerrados.